March 11, 2014 Venta de Poesía 0

Cuando yo era niño tuve muchos sueños.
Siempre me gustó conversar con las estrellas.
Nunca tuve un perro que fuera mío,
pero sí, unos cuantos perros adoptados
y hasta un cerdito que lo agarré chiquito y lo hice gigante.

Siempre fui mi propio padre y mi propia madre,
aunque mamá era la más santa de las mujeres.
Me acostumbré desde los ocho años
a ganarme el pan nuestro de cada día,
pero nunca cerré espacios para soñar.
Realmente, ahora que lo pienso:
mi gran sueño fue ser grande,
a contrapelo de los médicos.
Ellos decían que si yo llegaba a los doce,
era un milagro de la naturaleza.

Yo escuché aquella historia y decidí vivir.
Todavía mi gran sueño es ser grande,
pero en la dimensión de trascender
para bien de otros. Así es a veces,
la necedad humana.

Mi gran sueño de niño lo conversé
con un chivito blanco que me encontré
en el camino de mis travesuras
y créanme, llegué a pensar
que aquel animalito era Dios.
Todavía lo guardo muy en secreto
en mi altar interior: gracias
a mi chivito sigo siendo
un niño soñador en el otoño.