March 11, 2014 Venta de Poesía 0

Mis palmeras crecen en la nieve y son hermosos los mangos
que coronan los glaciares.
Un caimán gigantesco sale del hielo para buscar pelea con el jaguar,
que una calurosa tarde cacé en Groenlandia con una flecha de almidón.

Tengo mucha fiebre. Quizá indigestado por lo que vi.
Cuando me asomé a la ventana, Baudelaire en calzoncillos
jugaba con Homero en la calle.
Rubén Darío me advirtió que no lo saludara,
porque era amigo de la fiera que le inspiró Los motivos del lobo
y no sé que líos se traía entre manos contra Francisco de Asís.
–todavía ignoro para que sirvieron los harapos del viejo santo-
¡Ah!, también, por consejo de Rubén Darío me escondí
y me arropé con pieles de cocotero. Ardía de calentura
a cuarenta grados bajo cero, en esta cueva del Sahara.

Entre delirio y delirio, garabateo en un papel
en mis intentos por decir todo lo que me impide la cordura.
Quizá por eso he creado mis propios barrotes
–como quien dice, marcando mi territorio-
para moverme, gritar y decir lo que me venga en gana.

Amo al loco cuerdo de Diógenes
cuando buscaba con su linterna un hombre a pleno sol.
El otro día me lo encontré muy abrigado
en el desierto de Namibia, masticando trozos de granizo.
El viejo me dijo: “tengo frío.”
no hay abrigo que me resguarde de la insensatez
de los hombres del Tercer Milenio:
los mismos imbéciles que se burlaron de mí,
hace más de veinte siglos”
Incliné mi cabeza ante el viejo filósofo
y me fui a invernar al cráter del Vesubio.
Ahora se me antoja resucitar a Pompeya
o impedir que Séneca se tome la cicuta que le ordenó Nerón.

Me gusta la nieve que cae sobre El Cairo
y el oso polar que aguarda en mi casa junto a la chimenea.
Me fascina el mundo al revés y quizá en ese mundo:
morirme de frío en un caldero de agua hirviente.
Amo lo absurdo porque la rutina nos está matando.
Por eso siento placer al decir con Whitman:
“Me pongo el sombrero como me da la gana”
y seguir con mi canción hasta que…
me impongan la cordura los hombres de la Ley y empiece a morir.

Pude hacerlo si hubiera logrado pintar la noche de blanco
para explorarte en la oscuridad iluminada por tus ojos claros
y metamorfosearme en el temblor de tu piel,
bajo el aletear de una luciérnaga azul.

Pude escalar la cima de tu vientre
si no hubiera sido por la fatiga que me produjo el caminar
en las profundidades de tu intimidad,
atrapado en el paroxismo de la embriaguez
a la que solo acceden los amantes del amor
cuando desaparece el tiempo.