March 11, 2014 Venta de Poesía 0

Negra: el agua sin fondo que mirar.
Ni cocuyos anfibios, buceando en las profundidades;
ni piratas náufragos, escarbando en el fango maloliente
con la pretensión de encontrar lombrices o ácaros de metal
o ambrosías misteriosas en la mesa de anguilas ciegas.

Sobre el espejo oscuro y corredizo del agua
inicié mis premisas marineras.
Fui capitán de un barco de papel
con su quilla de tela de araña,
abriéndose paso entre azarosas corrientes.

Desde mi barco de papel
contemplé muchos puertos y países;
pueblos de lodo y basura, de casuchas redondas y cuadradas.
Observé calles bombardeadas
por un ejército marrón cubierto de corazas;
Eran cientos de batallones de ágiles guerreros depredadores:
cucarachas lustrosas, héroes de mi inocencia lejana.

Mi mundo sin juguetes: ¡Fantástico Universo!
nunca jamás conocí algo igual,
ni aún cuando supe de pirámides y templos,
de una princesa tuerta llamada Nefertiti.

Nueva York no me sorprendió
cuando la visité muchos años atrás;
tampoco otras maravillas que descubrí
en los viajes por cuatro mil mares
que navegué hacia adentro
cuando buscaba respuestas a un millón de preguntas,
enterradas en el silencio de la ansiedad nunca satisfecha.

todo lo que quise ser de niño,
la edad en que caminaba con el Príncipe Valiente
en las breves historietas inconclusas por entrega,
se concretó en mi avara niñez de sueños.

Eran mis días intensos
de inacabados descubrimientos oníricos,
de cuando saltó de un lejano planeta
un sapo de mil colores fosforescentes
e hizo añicos el agua en diminutas gotas.

Aquello me pareció un espejo partido
en todos los pedacitos de la tierra
y en cada trocito descubrí lejanas constelaciones.
Así, sin conocer los regalos del Niño Jesús
ni de la Noche de Reyes, fui monarca de un universo mío,
hace bastante tiempo, cuando el mundo
se reducía a mi imaginación temprana.

Mucho después, ya grande, me hice pequeñito
y descubrí ¡Por fin! La enorme trascendencia
de la acequia maloliente
en cuyo espejo dibujé mis primeros sueños infantiles.